Mutan03/SaraLevesque
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A través de una herida se pueden escribir muchas cosas: una carta maldiciendo su suerte, un poema dolorido de desamparo y duelo, un cuento con moraleja o un diálogo insomne entre lo que fue y lo que no pudo ser, pero solo Sara Levesque puede escribir una novela de una exaltada prosa poética en que la llaga deja de escocer y se sana desde dentro.
Y para que este ejercicio de curación se torne en universal, Sara Levesque ha deci-dido que el lector sea su cómplice. Por eso, se dirige a él de manera epistolar como si esta novela fuese una gran carta a ese lector desconocido que se une a la autora en su ca-tarsis. Así lo demuestra desde su principio (“con este libro me desnudo ante ti, entién-deme, no te ilusiones”) hasta su final (“antes de acabar te haré una pregunta, querido Lector…”).
Sara se dirige al lector en una captatio benevolentiae llena de ternura y lo hace de manera natural, descarada y terriblemente descarnada. Para la autora, somos testigos di-rectos del proceso de apertura y cierre de una historia, de la evolutiva sanación de una herida.
Solo un autor que ama la literatura puede vencer el pudor inicial y desnudar su alma, como ella misma afirma desde el inicio del relato, ante los ojos asombrados de un lector que, atónito, presencia tan brutal sinceridad.
Seda Cruz
A través de una herida se pueden escribir muchas cosas: una carta maldiciendo su suerte, un poema dolorido de desamparo y duelo, un cuento con moraleja o un diálogo insomne entre lo que fue y lo que no pudo ser, pero solo Sara Levesque puede escribir una novela de una exaltada prosa poética en que la llaga deja de escocer y se sana desde dentro.
Y para que este ejercicio de curación se torne en universal, Sara Levesque ha deci-dido que el lector sea su cómplice. Por eso, se dirige a él de manera epistolar como si esta novela fuese una gran carta a ese lector desconocido que se une a la autora en su ca-tarsis. Así lo demuestra desde su principio (“con este libro me desnudo ante ti, entién-deme, no te ilusiones”) hasta su final (“antes de acabar te haré una pregunta, querido Lector…”).
Sara se dirige al lector en una captatio benevolentiae llena de ternura y lo hace de manera natural, descarada y terriblemente descarnada. Para la autora, somos testigos di-rectos del proceso de apertura y cierre de una historia, de la evolutiva sanación de una herida.
Solo un autor que ama la literatura puede vencer el pudor inicial y desnudar su alma, como ella misma afirma desde el inicio del relato, ante los ojos asombrados de un lector que, atónito, presencia tan brutal sinceridad.
Seda Cruz
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