Autobiografía
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La Autobiografía de José María Blanco White es un testimonio de las vicisitudes de un cristiano de origen católico en la conformación de su personalidad. Blanco White es referido en la Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez y Pelayo, casi como si fuese uno de los grandes herejes del siglo XIX. Sin embargo, una lectura de esta Autobiografía pondrá al lector ante un escenario mucho más complejo. Para Blanco White, ciertos elementos del culto católico están más cerca del ritual pagano, del erotismo extremo o del culto irracional y fetichista que de una experiencia religiosa. He aquí un ejemplo:
«Concluido el relato de la Pasión se entonó el Miserere, que bien pronto tuvo el acompañamiento de los golpes de las disciplinas que castigaban nerviosamente la dura carne pecadora y formaban el bajo más extraño que pueda imaginarse. El celo de los flagelantes crecía a medida que la operación seguía su curso y puedo atestiguar que he visto las paredes manchadas de sangre en las iglesias donde tenía lugar una práctica semejante. Contra lo que pudiera suponerse, el ruido y la violencia de los azotes no disminuye conforme el salmo, cantado alternativamente por el sacerdote y la congregación, se acerca a su fin. He de confesar que cada vez que recuerdo el final de aquella ceremonia se me agolpan en el pecho sentimientos mezclados de indignación, compasión y desprecio. Los gritos frenéticos que lanzaban al unísono aquellas doscientas o trescientas personas, como lo harían las almas condenadas al contemplar por vez primera el insondable abismo del infierno que las había de devorar, la creciente violencia de los azotes, los suspiros y gemidos en alta voz y los gritos pidiendo perdón, todo este salvaje concierto que resonaba en miles y miles de ecos por los muros y bóvedas de la capilla en medio de la más completa oscuridad, sobrepasa en horror todo lo que los novelistas hayan sido capaces de imaginar para impresionar a sus lectores. La flagelación acabó al dar el sacerdote la consabida señal de unas palmadas, y tras una nueva pausa de cinco minutos para que los penitentes pudieran vestirse, se abrió la linterna y se volvieron a encender las lámparas.»
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