La Tribuna
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En la trama de La tribuna, de Emilia Pardo Bazán, se une, de un lado, la historia de amor entre una proletaria y líder obrera, la cigarrera Amparo, y un burgués, el joven teniente Baltasar. Una relación que culmina con el nacimiento del hijo de ambos; y de otro, el relato del proceso de gestación y «alumbramiento», en febrero de 1873, de la I República Española, porque cuando el hijo de la cigarrera Amparo y el joven teniente Baltasar nace, una voz grita en la calle: «¡Viva la República Federal!».
En La tribuna, Pardo Bazán aborda el problema laboral de las mujeres obreras de la época, ilustrado por su protagonista Amparo quien, poco a poco, se convierte en una líder obrera que defiende la república con pasión. Amparo, no es solo un personaje enamorado, sino una mujer con aspiraciones sociales, políticas y sindicales, y ejemplifica la tenacidad y la valentía de las mujeres españolas de la época.
La protagonista lee a diario la prensa republicana a sus compañeras de trabajo, incitándolas de esta manera, a ser partícipes de la lucha obrera por sus derechos como trabajadoras. Esta representación de la mujer involucrada con su entorno social anticipa la incesante lucha de las mujeres españolas por su dignidad como trabajadoras y como mujeres.
A través de los personajes, las descripciones y la voz de Amparo, también se fundamenta una crítica implacable a las condiciones laborales de la clase obrera y la frivolidad de las clases altas, dedicadas a cotilleos y burlas varias, mientras pasean ajenos al ambiente de convulsión social del momento.
La tribuna (1883) es una novela atemporal, pionera y visionaria, pero también representa la piedra angular de la literatura de Emilia Pardo Bazán, la segunda novela naturalista española y la primera que tiene como protagonista a una mujer obrera con voluntad e implicación política.
«Al escribir La Tribuna no quise hacer sátira política; la sátira es género que admito sin poderlo cultivar; sirvo poco o nada para el caso. Pero así como niego la intención satírica, no sé encubrir que en este libro, casi a pesar mío, entra un propósito que puede llamarse docente. Baste a disculparlo el declarar que nació del espectáculo mismo de las cosas, y vino a mí, sin ser llamado, por su propio impulso. Al artista que sólo aspiraba a retratar el aspecto pintoresco y característico de una capa social, se le presentó por añadidura la moraleja, y sería tan sistemático rechazarla como haberla buscado.»
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