Llueve, tu nombre…
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Conviene almidonar las derrotas con la terapia de la palabra y la hermosura de unos versos; toda ausencia es una pérdida y toda pérdida, una derrota. La derrota supone dolor y duelo que precisan combatirse con la medicación espiritual de la resiliencia. ¿Es la poesía un analgésico, una sublimación del sufrimiento? Un verso es sublime porque recoge una verdad universal en él, una revelación, un láudano de música expandida por los recovecos del alma, por los salientes de la esperanza o los ritmos de la superación con que aferrarse al presente y caminar hacia un futuro que se ahueca o se pone cuesta arriba con cada ausencia dolida. Este libro es una aproximación al entendimiento intuitivo, una apuesta de la aceptación, un bálsamo; quizás una loción hiriente y sanadora. La ausencia es herida abierta, dolor, que conviene cicatrizar con la resignación de la vida, la acotación de un tiempo, una comprensión, un canto, triste y profundo, de fe y esperanza en lo que nos va quedando.
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