Y a pesar de todo, ellas siempre cantan

13,46

(Precios sin impuestos)
ISBN: 9788412639261

Descubrimos el olor a mujer como madre (tiene el sabor de la lactancia); su fragancia después como hermana, amante, esposa, compañera e hija… Todas ellas son como aspectos, de un significado mayor, que muchas veces, a nuestra imaginación escapa. No obstante parece estar muy presente en la memoria colectiva de nuestra más humilde gente; que por medio de sus bailes, coplas, canciones, nos recuerdan: ellas fueron, son, serán el útero de nuestra esperanza. Pues ellas dan el calor, el amor, la ternura necesaria a la futura vida, que, cuando han decido aceptar el reto de ser madres, en su cuerpo durante meses se resguarda (legando, depositando, en este proceso, toda su precaria confianza). Nosotros somos complemento, semilla del porvenir. Unidos, mujer y hombre, podemos dar significado a este mundo: modelar la historia. Inventar nuevas narrativas, relatos que se cobijan en nuestro interior y, que a través de inumerables sueños van criando la red natual de la existencia. Primero nacen como emoción en el corazón del alma; luego como pensamiento en el mundo de las ideas. Después verbalizados y posteriormente realizados, aparecen en forma de manifestaciones creativas. Ni siempre como originalmente los imaginamos. A veces incluso, el sueño se torna pesadilla; pues múltiples son las variantes, que intervienen en este destino de: dar vida a la vida. Vivir nuestras vidas, y en ellas aguardar encontrar el significado de nuestro destino. Destino que llamamos a este peregrino caminar en busca de nuestro ideal principio.
Muchas veces somos confrontados con una realidad que se nos escapa de nuestros sentidos. De nuestra capacidad para interpretar la corriente de los acontecimientos oportunos, siempre fluctuante y cambiante… En ocasiones nos duele observar tanto dolor inundando el mundo (por nosotros mismos, ese sufrimiento, creado). Los hombres, de algún modo fallamos, a la hora, de intentar hacer habitable esta Tierra (y mismo así, nos aferramos, afirmamos, en nuestro pecular, individual patriarcado: casi siempre guerrero). Fallamos, tal vez, incluso los más nobles y honorables, a la hora de traer, desde ese pensamiento elevado, a la playa de la vida: lo bueno, lo bello y la justicia. Algo que nos abate.
Y, en ese momento, que estamos a punto de desistir (que apenas ya soportamos el rigor o el tedio de la existencia), aparecen ellas: fuertes, resilientes, convencidas o no de ser posible mudar este errado camino; mas siempre firmes en la defensa de nuestros hijos. Y como aman a sus hijos, sueñan mundos mejores para ellos. Y dentro de su útero, antes de al mundo esa criatura traer, inundan su corazón del sonido de la ternura; del perfume de lo materno: de esperanza en lo alegre, en la noción de lo correcto, en el bien com Mayúscula. Y, gracias a ellas, seguirnos soñando, y dentro de ese sueño, siempre habita la posibilidad, de algún día despertar, modificar las tendencias por dentro (Y librarnos de esa cárcel, que magistralmente describió Calderón en “La Vida es Sueño”). Y por aquello de su empeño, finalmente, la fraternidad humana, tener una oportunidad de presentarse, outra vez, en el planeta. Y todo gracia a Ellas, que para sus hijos, siempre guardan, dentro de su pecho, lo mejor de las estrellas…

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